domingo, 2 de octubre de 2011

Mi 2 de octubre

Mi hermana Myrna nació el primero de octubre, pero todos nos confundimos y cada año le preguntamos si su cumpleaños es el día 2. Así de marcada está la fecha en el subconsciente colectivo. “2 de octubre no se olvida” es una frase ya tan estatuaria y broncilínea como “El respeto al derecho ajeno es la paz”, “Va mi espada en prenda, voy por ella”, “Si tuviera parque, no estaría usted aquí”, “Tierra y libertad”, “Defenderé al peso como un perro”, “… ¿y yo por qué?” o “… y ahora, ¿quién podrá defendernos?” (esta última de aplastante actualidad). La conmemoración de la matanza de Tlatelolco se ha convertido en efeméride que poco dice a las nuevas generaciones y que sirve de coartada ideológica para los nostálgicos que siguen atados a los años sesenta. El victimismo masoquista al cual tan afectos somos los mexicanos encuentra en lo ocurrido el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, una razón para la lamentación y el duelo, así sea de lengua para afuera.
  En el olímpico año 68, yo tenía escasos trece años, cursaba el segundo de secundaria y viví el movimiento estudiantil de manera más o menos indirecta. Mi hermano Sergio y mi primo Javier iban a las manifestaciones y este último incluso estuvo arrestado un par de días. En la secun (oficial) se nos dijo un día que los estudiantes querían tomar las instalaciones y hasta preparamos una defensa de las mismas (chale).
  Como yo era asiduo lector de Los Supermachos de Rius, simpatizaba con el movimiento. Me enteré del tlatelolcazo al día siguiente, por los diarios, pero sin comprender la magnitud de la masacre. Luego vinieron los Juegos Olímpicos y como casi todos, me clavé en las hazañas del Tibio Muñoz y el sargento Pedraza y en la gracia y belleza de la gimnasta rusa Natasha Kusinskaya.
  Así se me fue el 68. Ya luego entraría en la dinámica del 2 de octubre no se olvida, gracias a mi militancia de izquierda. Hoy sólo me queda decir que aparte de la matanza de Tlatelolco, en esa fecha se festeja también el día del Ángel de la guarda, ése que nos tiene tan abandonados.